Me encuentro de casualidad con F. de Justo Navarro, libro que traza la vida de Gabriel Ferrater. Poeta, traductor, crítico y editor catalán, Ferrater había prometido a los treinta y cinco años no pasar de los cincuenta y lo cumplió suicidándose el 27 de septiembre de 1972. La novela pinta el retrato de un personaje memorable: hombre de letras, gran conversador, encantador, políglota, brillante, irónico, depresivo, neurótico, juerguista infatigable, eterno bebedor de gin, aparente donjuán, pero en el fondo romántico incurable. Es el modelo del hombre inteligente sin obra, o cuya obra (exigua) no le hace justicia: el profesor cuya brillantez se desparrama en el salón de clase, en el bar o en el café. Así lo describe Navarro en sus últimos años:
No cambió la necesidad de no volver a casa, la necesidad de un encuentro callejero más y otro bar siempre antes de llegar a la puerta de la casa, la necesidad de una palabra más y otra palabra que naturalmente exige una respuesta (un ping-pong feliz)… Ferrater prefería una zona intermedia, la terraza del bar o el bar abierto, zona neutral para hablar socráticamente de esas cosas que en el momento parecen inolvidables y esenciales y en seguida no se recuerda que parecieron inolvidables: ni se recuerda que fueron pronunciadas. Había alcanzado una extraordinaria perfección en el arte de interpretarse a sí mismo en los cafés: el instinto de sorprender se había convertido en pura técnica verbal, aunque representarse a sí mismo en solitario le parecía insoportable… Ferrater seducía a los jóvenes, que lo aplaudían en las asambleas estudiantiles y en el café, mientras sus coetáneos empezaban a mirarlo con mortífera benevolencia, condescendencia o desprecio clínico que lo desmaterializaba o lo transformaba en caricatura: el Fenómeno bebedor de gin que se lleva a las mujeres más jóvenes y en un momento te da el nombre inútil del verdugo que no llegó a ejecutar a François Villon…
Un brindis, pues, a la memoria de Gabriel Ferrater.